lunes, 17 de diciembre de 2012








Liliana Angulo

¿De qué color es la negra?


El  recorrido visual de Liliana Angulo es un “viaje sin mapa” (como se tituló una exposición colectiva en la que participó en el 2006, sin brújula, sin muchos referentes. Un viaje por la historia, las políticas de representación, las imágenes, su construcción o negación. ¿Dónde buscar la imagen de la mujer negra? ¿En una África lejana?, ¿en el mito?, ¿en la beligerancia?, ¿en los fetiches del consumo? , ¿en los lugares comunes?, ¿en los vacíos? ¿En la historia que no se escribió? ¿Dónde está el cuerpo de la mujer negra? ¿Dónde explorarlo más allá de los souvenires con candongas para las cocinas, del pelo Bon-Bril, de los chistes de salón, de los ídolos sexuales de la publicidad, de las sirvientas de las telenovelas, de las hechiceras de la literatura, de las modelos exóticas de Colombia Moda?

El suyo es un viaje intrincado, por tierras incógnitas, por silencios, por callejones sin salida, por puertas selladas, por ojos cerrados. Un viaje por el imaginario visual, del arte a la publicidad, que ha estereotipado o simplemente ignorado su  representación. Es un viaje ciego al centro del negro, entendiendo éste no como un color o unas características antropomórficas, sino como una construcción histórica, social, corporal y visual que ha propiciado precisamente ciertas connotaciones culturales para algunos rasgos físicos naturales.  

  







 Negro Utópico” es una serie de fotografías que nos pone de nuevo ante aquella familiar iconografía  que unifica a las frutas y al cuerpo de las negras en un solo golpe visual, como si estos dos elementos estuvieran mezclados indisoluble e ineluctablemente, no tanto por la historia, como por la naturaleza. Los bodegones de frutas aparecen aquí reproducidos sobre los baldosines de un lugar claustrofóbico donde se  desarrollan labores domésticas (las cuales también parecen “por naturaleza” inseparables del cuerpo femenino negro). El motivo frutal se sale de las paredes para inundarlo todo: se riega  sobre una mesa y se reproduce obsesivamente en la ropa de la mujer negra, protagonista de la historia relatada en estas fotografías. Las frutas se han comido el espacio y casi que incluso este cuerpo mimetizado con una pared que parece tragárselo a punta de colores y motivos chillones. Es un cuerpo-cocina.

Esta negra sin embargo no está allí para ser mirada s: al contrario en todo momento nos mira. Y no sólo eso, se nos ríe en la cara con unos desconcertantes y procaces labios blancos.  Se sabe depositaria de un rol, se disfraza de negra “utópica”,  representando su  papel  hasta las últimas consecuencias. Aunque la modelo de las fotos es negra, su cara vuelve a ser pintada de negro. Aunque su pelo es rizado, usa una estrambótica peluca todavía más crespa. Su cuerpo asume  hasta la exageración el lenguaje corporal que se ha establecido para los negros.  Así, estas fotografías  afrontan la estereotipada iconografía de la mujer negra -que va de la mujer-pedazo suculento de carne  a la mujer exótica, sirviente, mulata, africana o bruja, elaborada desde los tiempos coloniales-, con una estrategia de  reiteraciones y redundancias que lleva sus presupuestos al extremo.

 Las invasivas frutas aparecen todavía una vez más, ya no como escenografía y vestuario, sino como objetos sobre una tabla que tiene la mujer en las manos. Ella, siempre sonriente, pica banano (el infaltable banano que persigue a las negras desde la memoria colonial más profunda)  y luego lo introduce en una licuadora.  Las reiteraciones siguen. La mujer posa ante los ojos del espectador, no sólo pareciendo lo que se supone debe parecer –una negra-, sino haciendo lo que se supone hacen las negras. Primero zarandea una escoba mientras se arregla su peluca. Después plancha una tela estampada también con motivos frutales sobre una mesa hecha del mismo material. Una vez más nos mira y nos sonríe. Finalmente, licúa sus frutas y se bebe, como si nada, un delicioso jugo en este lugar agobiado por la estridencia y los lugares comunes.

Sin embargo, esta negra aquí no sólo licúa unas frutas, sino también, a través de la paradoja y la ironía, siglos de estereotipos y exotizaciones. Para hacerlo, la artista Liliana Angulo ha escogido el escenario de su cuerpo,  ocupando el lugar de adelante y atrás de la cámara como modelo y fotógrafa a la vez. Lo ha hecho no para embriagarse con su reflejo particular, sino para emprender una aventura iconoclasta que  permite interrogar la historia de estas representaciones, sus fuentes visuales y los castrantes y omnipresentes códigos visuales que determinan y atrapan las identidades.
El lenguaje contemporáneo de esta artista relativiza, ironiza,  desestructura esos mismos estereotipos. Vuelve una pregunta aquella estética, aquella iconografía complaciente de la mujer negra y descubre allí la mirada ejercida desde el poder económico, racial y sexual. Angulo se compromete a fondo en esta revisión de las representaciones, realizando un rastreo histórico de  los iconos más potentes que han dominado la producción de imágenes de lo negro en nuestro medio. Y para hacerlo visita sistemáticamente aquellas imágenes emblemáticas que en las muecas  repetidas construyen a la vez que constriñen el cuerpo y la identidad de esa mujer negra triplemente excluida de las iconografías nacioanles por mujer, por negra y por pobre..






La tejedora

María Angélica Medina


"Más que con Penélope, me identifico con Ariadna. Le doy a los espectadores el hilo para que encuentren su salida. Ofrezco a las personas la opción de preguntar, de buscar sus propias respuestas"





Desde hace 22 años, la artista viene elaborando una pieza en polipropileno sintético que hoy mide 800 metros y pesa 100 kilos. Desde el 2000 nunca teje en privado sino que lo hace en público, en una especie de acción en la que siempre está conversando con un espectador de turno que se sienta en una silla al lado de la suya. Y este diálogo sucede sobre una base de madera que se convierte en el espacio sobre el cual se dan estos diálogos espontáneos y sirven para darle un límite a la obra.

Aunque formalmente se puede hablar de un performance, una instalación y hasta de una escultura, lo que realmente le interesa a Medina es ese proceso por medio del cual entra en contacto con el público, más que el posible objeto que puede resultar de este trabajo. 




Para Medina, el tejer es un lenguaje, un oficio y una disciplina mental, y a través de esto trata de cambiar los monólogos autistas del arte por el diálogo, la comunicación, el intercambio, de ideas, sensaciones, recuerdos. "Mi obra sin público no es nada", dice. De esta manera, Medina entiende su trabajo como un proceso continuo, infinito, mecánico que en su constante repetición puede liberar la mente de artista y espectador para predisponerlos a un diálogo libre. La "Pieza de conversación" -entendiendo "pieza" en sus dos sentidos de lugar y objeto-, se convierte así en un punto de encuentro de seres humanos sobre una metáfora física, alrededor de la cual, además de hilos se tejen relatos, historias, conversaciones. Esto es lo que realmente le interesa: "La obra -dice- es el poder involucrar a la gente en el arte".




Al lado de la "pieza de conversación", una obra que se entiende como diálogo, obra en proceso nunca acabada, realizada con materiales sintéticos e industriales, desfuncionalizada, pública, colectiva; Medina viene desarrollando desde la década del 70 piezas de ropa que ella misma usa. En estas, al contrario del gigantesco rollo, busca establecer un monólogo interior, un instante de intimidad y autoafirmación. Después de usar esta ropa, la enmarca en cajas de cristal, madera y acero inoxidable y las exhibe, en una obra provocadora que habla del cuerpo ausente, de la cultura, de la tradición, del paso del tiempo, de la ropa como segunda piel, de los procesos de la estética.
Entre su monólogo íntimo y su diálogo público, Medina ha desarrollado una obra coherente y silenciosa en la cual temas como el adentro y el afuera, lo público y lo privado, el proceso y el objeto, el hacer y los conceptos, la impronta frente al paso del tiempo y el anonimato, el arte como acto comunicativo, el puente entre las generaciones y la disciplina como un acto mental siempre han estado presentes.

María Angélica Medina nació en Niza, Francia (1939). Estudió en la Guildhall School for Music and Drama de Londres, y en la Ecole du Louvre. También en el Instituto de Investigación de la Expresión Colombiana de Bogotá. Se ha desempeñado como docente de la Universidad de los Andes, museógrafa y curadora. Desde los 70 incursionó en el arte contemporáneo nacional, primero con sus piezas tejidas de ropa y después con la elaboración de su "Pieza de conversación". Ha participado en varios salones nacionales y expone habitualmente a nivel nacional e internacional.

Texto realizado para MDE 07 Encuentro Internacional de Arte Medellín


Liliana Estrada



El obscuro objeto del deseo



Liliana Estrada se ocupa de aquella violencia privada de la que no se habla. Su foco es  la violación, a la cual se acerca zarandeando algunos clichés femeninos. 




En la construcción visual del género, la ropa tiene un importante papel. Los cuerpos de las mujeres están marcados simbólicamente por telas blancas y frágiles que remiten a la pureza. Los vestidos de niñas que  llegan a esta instalación, sin embargo, están manchados por el rojo de la sangre y el negro de la violencia. Una contaminación que sucede en silencio, pues el volumen de la violencia es tal que no necesita parlantes.



 En esta instalación nada se ve, pero la tragedia se presiente. Incluso el cuerpo está ausente y apenas  es evocado por algunos fragmentos. No hay rostros.  Sólo  pedazos de unas piernas que no tienen el contorno exigido por los cánones estéticos  ortodoxos. Son frágiles, están llenas de cicatrices. 




Mientras los pies, usualmente olvidados de las iconografías femeninas, emergen exhaustos, rendidos o amarrados
Están  sobre un fondo floral oscuro: es que los lechos de rosas albergan espinas. La cabeza de un ratón enfatiza las fuerzas oscuras que estructuran por debajo la escena. 



Estas fotografías son las piezas desoladas de un rompecabezas al que le faltan fichas que nunca aparecerán.  Las imágenes están instaladas, creando un opresivo espacio de confinamiento, que remite a un  altar atroz donde el otro es negado en un omnímodo acto de poder.  Espacio cargado donde flota sin redención esta Ofelia, reducida a un vestido: guante, huella y reliquia  de su aniquilación corporal.


Beatriz Echeverri

El cuerpo, un campos de batalla

 (Salamina.Colombia, 1936)




En esta obra, el huracán de la violencia colombiana entra a desestructurar los códigos tradicionales de la representación del cuerpo femenino. Las imágenes icónicas de la mujer en el arte colombiano, instaladas en la  plácida  belleza de las madonas o de las damiselas de un Cano o un Garay, se deshacen en esta escultura contemporánea que habla de las violencias sobre el cuerpo femenino. La piel de porcelana de las mujeres ideales se convierte aquí, y no sólo por una necesidad formal,  en un rudo cuero. 


Sin titulo - Beatriz Echeverry






















Mujeres con cadenas en su pubis, en sus manos, con suturas en el vientre preñado, cuerpos contrahechos donde la anatomía se desbarata ante las necesidades expresivas. Quizás el orden social quebrado no puede producir más cuerpos armónicos. O quizás el desorden social sólo halla su imagen en el desorden corporal de estos engendros.

Mujer sola - Beatriz Echeverri

 En la historia de la infamia local, los cuerpos desmembrados de la guerra han constituido una macabra tradición desde el conflicto políticos de la década del 50. Por eso no es de extrañarse que también haya sido un tema insistente de nuestra iconografía desde los tiempos de Luis Ángel Rengifo y Carlos Correa, hasta las más recientes interpretaciones de Grau y Botero, entre otros cientos. 

Sin titulo, Cabeza - Beatriz Echeverri



















Sin embargo, el lugar de la víctima suele estar ocupado en aquellas imágenes por cuerpos masculinos. Beatriz Echeverri, al contrario, habla  aquí de los cuerpos femeninos como  botín de guerra. Cuerpos monstruosos para tiempos monstruosos que también proponen una lectura  de género sobre el ejercicio de la violencia en Colombia. 

Nape - Beatriz Echeverri



Tomado de "El Arte en Caldas: Las Mujeres". Prólogo por Sol Astrid Giraldo

Obras de Beatriz Echeverri http://www.colarte.com/colarte/conspintores.asp

Flores de Fuego: la anatomía del deseo de Flor María Bohout
 Bello (Colombia), 1949. Vive actualmente en Guadalajara, México




Las mujeres de Flor María Bohout se entregan a la pasión, al instinto, los excesos y al descontrol. Son mujeres  que, a diferencias de las habitantes de los paraísos de la publicidad,  ya no desean ser deseadas  sino  que desean. Y en ello se empeñan con manos, cabellos, senos,  uñas, dientes, piernas y vaginas. No le temen a la carne, sino que buscan en ella su cielo.  Y lo hacen desde una posición activa. En el juego de los sexos, se resisten a ocupar el papel del fetiche: inauguran en los imaginarios del arte colombiano la inédita categoría de la mujer-sujeto sexual.


Los  cuerpos de Bouhot son paganos por su ruptura definitiva con la anatomía piadosa que se había establecido en la representación de los cuerpos colombianos desde sus fuentes barrocas. Esta anatomía privilegiaba ciertos órganos, los aéreos, los relacionados con el cielo  como el rostro, las manos y los brazos, en detrimento de la zona innoble  que quedaba cerca de la tierra y debajo de la cintura, creando todo un sistema  (la anatomía en pendiente de la que habla Vigarello), de lo más valorado en la parte superior a lo más vil en la parte inferior . 


Los cuerpos de Flor María, al contrario son totales. Sus mujeres están representadas de los pies a la cabeza. Ya no están  fragmentadas ni por los preceptos de la anatomía piadosa  ni  por la mirada voyeurista masculina de la iconografía publicitaria. Un  deseo salvaje  rebautiza estos cuerpos y les devuelve su totalidad. En un inédito acto de autoconciencia erótica, el deseo se expresa aquí en las pestañas, en las lenguas, en la caída de las bocas, en las manos crispadas, en la tensión de las piernas, en la turgencia ce las caderas, en los dedos de los pies. Una nueva anatomía, la  del deseo, se ha  instaurado. Y es una mirada de mujer la que construye ahora estos cuerpos,  mientras mira los mecanismos y la gestualidad de su propio deseo.



Así, estos cuerpos logran desnudarse, no sólo de vestidos, sino de clichés, estereotipos, idealidades e incluso de manierismos pornográficos.  Una tarea nada fácil, porque el tema de la desnudez  ha sido problemático en nuestra tradición.  Sin embargo, estos cuerpos   desvergonzados de Flor María, desconocen las expulsiones del Edén, las manzanas aleccionadoras, las serpientes capciosas. Se instalan sin remordimientos ni sombras en sus propios y autónomos paraísos de vida, lujuria y carne 
Cuerpos de mujer plenos, enfáticamente desnudos, decididamente sexuales, asertivos, monumentales, habitantes del exceso.



Tomado del libro "Cuerpo de Mujer: Modelo para armar" de Sol Astrid Giraldo.