Liliana Angulo
¿De qué color es la negra?
El recorrido visual de Liliana Angulo es un “viaje sin mapa” (como se tituló una exposición colectiva en la que participó en el 2006, sin brújula, sin muchos referentes. Un viaje por la historia, las políticas de representación, las imágenes, su construcción o negación. ¿Dónde buscar la imagen de la mujer negra? ¿En una África lejana?, ¿en el mito?, ¿en la beligerancia?, ¿en los fetiches del consumo? , ¿en los lugares comunes?, ¿en los vacíos? ¿En la historia que no se escribió? ¿Dónde está el cuerpo de la mujer negra? ¿Dónde explorarlo más allá de los souvenires con candongas para las cocinas, del pelo Bon-Bril, de los chistes de salón, de los ídolos sexuales de la publicidad, de las sirvientas de las telenovelas, de las hechiceras de la literatura, de las modelos exóticas de Colombia Moda?
El suyo es un viaje intrincado, por tierras incógnitas, por silencios, por callejones sin salida, por puertas selladas, por ojos cerrados. Un viaje por el imaginario visual, del arte a la publicidad, que ha estereotipado o simplemente ignorado su representación. Es un viaje ciego al centro del negro, entendiendo éste no como un color o unas características antropomórficas, sino como una construcción histórica, social, corporal y visual que ha propiciado precisamente ciertas connotaciones culturales para algunos rasgos físicos naturales.
Negro Utópico” es una serie de fotografías que
nos pone de nuevo ante aquella familiar iconografía que unifica a las frutas y al cuerpo de las
negras en un solo golpe visual, como si estos dos elementos estuvieran
mezclados indisoluble e ineluctablemente, no tanto por la historia, como por la
naturaleza. Los bodegones de frutas aparecen aquí reproducidos sobre los
baldosines de un lugar claustrofóbico donde se
desarrollan labores domésticas (las cuales también parecen “por
naturaleza” inseparables del cuerpo femenino negro). El motivo frutal se sale
de las paredes para inundarlo todo: se riega
sobre una mesa y se reproduce obsesivamente en la ropa de la mujer negra,
protagonista de la historia relatada en estas fotografías. Las frutas se han
comido el espacio y casi que incluso este cuerpo mimetizado con una pared que
parece tragárselo a punta de colores y motivos chillones. Es un cuerpo-cocina.
Esta negra sin embargo no está allí para ser mirada s:
al contrario en todo momento nos mira. Y no sólo eso, se nos ríe en la cara con
unos desconcertantes y procaces labios blancos.
Se sabe depositaria de un rol, se
disfraza de negra “utópica”,
representando su papel hasta las últimas consecuencias. Aunque la
modelo de las fotos es negra, su cara vuelve a ser pintada de negro. Aunque su pelo
es rizado, usa una estrambótica peluca todavía más crespa. Su cuerpo asume hasta la exageración el lenguaje corporal que
se ha establecido para los negros. Así,
estas fotografías afrontan la
estereotipada iconografía de la mujer negra -que va de la mujer-pedazo
suculento de carne a la mujer exótica,
sirviente, mulata, africana o bruja,
elaborada desde los tiempos coloniales-, con una estrategia de reiteraciones y redundancias que lleva sus
presupuestos al extremo.
Las invasivas frutas aparecen todavía
una vez más, ya no como escenografía y vestuario, sino como objetos sobre una
tabla que tiene la mujer en las manos. Ella, siempre sonriente, pica banano (el
infaltable banano que persigue a las negras desde la memoria colonial más
profunda) y luego lo introduce en una
licuadora. Las reiteraciones siguen. La
mujer posa ante los ojos del espectador, no sólo pareciendo lo que se supone
debe parecer –una negra-, sino haciendo lo que se supone hacen las negras. Primero
zarandea una escoba mientras se arregla su peluca. Después plancha una tela
estampada también con motivos frutales sobre una mesa hecha del mismo material.
Una vez más nos mira y nos sonríe. Finalmente, licúa sus frutas y se bebe, como
si nada, un delicioso jugo en este lugar agobiado por la estridencia y los
lugares comunes.
Sin embargo, esta negra aquí no sólo licúa unas frutas, sino también, a
través de la paradoja y la ironía, siglos de estereotipos y exotizaciones. Para
hacerlo, la artista Liliana Angulo ha escogido el escenario de su cuerpo, ocupando el lugar de adelante y atrás de la
cámara como modelo y fotógrafa a la vez. Lo ha hecho no para embriagarse con su
reflejo particular, sino para emprender una aventura iconoclasta que permite interrogar la historia de estas
representaciones, sus fuentes visuales y los castrantes y omnipresentes códigos
visuales que determinan y atrapan las identidades.
El lenguaje
contemporáneo de esta artista relativiza, ironiza, desestructura esos mismos estereotipos.
Vuelve una pregunta aquella estética, aquella iconografía complaciente de la
mujer negra y descubre allí la mirada ejercida desde el poder económico, racial
y sexual. Angulo se compromete a fondo en esta revisión de las
representaciones, realizando un rastreo histórico de los iconos más potentes que han dominado la
producción de imágenes de lo negro en nuestro medio. Y para hacerlo visita
sistemáticamente aquellas imágenes emblemáticas que en las muecas repetidas construyen a la vez que constriñen
el cuerpo y la identidad de esa mujer negra triplemente excluida de las iconografías nacioanles por mujer, por negra y por pobre..